JOSÉ CARRERAS Y AINHOA ARTETA EN EL AUDITORIO NACIONAL DEL S.O.D.R.E.: …»UNA VELADA DONDE LA VIDA CANTÓ MÁS ALTO QUE EL DOLOR»…

Solista: José Carreras (tenor).
Solista invitada: Ainhoa Arteta (soprano),
Director musical: David Giménez Carreras Orquesta Sinfónica del Sodre. Domingo 8 de Junio 20 Hs. Sala: Auditorio Nacional del S:O.D.R.E. (Montevideo – Uruguay). Nuestra calificación: muy bueno

En el corazón de Montevideo, la noche del concierto ofrecido por el legendario tenor José Carreras y la luminosa soprano Ainhoa Arteta fue mucho más que un evento musical: fue un manifiesto de humanidad, una afirmación sonora de que la vida, incluso herida, canta. Bajo la dirección refinada de David Giménez Carreras, la Orquesta Filarmónica del Sodre se convirtió en el lecho generoso donde se fundieron dos voces marcadas por la resiliencia, la belleza y una historia de arte vivida con cada fibra del alma.

La Filarmónica Nacional del Sodre, bajo la batuta del sensible David Giménez Carreras, supo abrir ese portal con la Obertura de Nabucco de Giuseppe Verdi: un llamado de bronces y cuerdas que sonó casi como una plegaria colectiva. Desde ese instante, el clima estaba cargado de algo más que expectativa: se respiraba respeto y esa especie de temblor espiritual que solo se produce cuando la música se vuelve lenguaje de lo irremplazable.

José Carreras, quien ha sido faro y emblema de generaciones, apareció sobre el escenario como lo que es: un sobreviviente. Su voz, marcada por el tiempo y la vida, ya no busca el virtuosismo de antaño, sino algmucho mas simple: la verdad. Y en “The Impossible Dream”, esa canción que parece escrita para él, su canto fue confesión. Cada palabra era una conquista, cada nota una cima alcanzada a pesar del viento en contra. “To fight for the right, without question or pause…” no fue solo una línea cantada: fue un credo, una biografía condensada en música. El teatro, entero, lo comprendió. Y lo acompañó en silencio, hasta el estallido de un aplauso que no fue aplauso: fue abrazo.

Ainhoa Arteta, por su parte, emergió en la escena como una llama serena y poderosa. Dueña de una presencia que no necesita imponerse, sino simplemente estar, regaló versiones con fuerte instrospección de cada obra. Pero fue en el “Vissi d’arte” pucciniano donde tocó el umbral de una emoción desnuda. Su Tosca no fue personaje, sino carne viva. La frase “Vissi d’arte, vissi d’amore” —viví por el arte, viví por el amor— brotó de su garganta con un dramatismo que no era impostado, sino vivido. La orquesta la sostuvo como un aliento invisible, y Montevideo escuchó una de las más conmovedoras versiones. Fue arte, sí. Pero también fue vida.

La segunda parte del concierto se tiñó de alegría y color con las joyas del repertorio español y latinoamericano. Allí brillaron el humor, la picardía, el duende. Carreras jugó con la nostalgia en “Solamente una vez” y “Rosó (Por tu amor)”, cantadas con ese sabor antiguo que solo tienen los que han aprendido a decir más con menos. Arteta, deslumbrante, se adueñó del alma española con la “Canción de Paloma” y el “De España vengo”, dotando a cada verso de una intención teatral, de una gracia que nace de lo profundo y no del gesto.

Pero el clímax emocional de esta segunda parte llegó con los encores. Y allí el corazón del público latió al unísono con los artistas.

Ainhoa volvió al escenario para interpretar una versión visceral de “Alfonsina y el mar”. Su voz se volvió caricia, oleaje, susurro y lamento. Fue como si convocara a la propia Alfonsina desde las aguas, con un decir íntimo, casi secreto, que envolvió a cada espectador. El auditorio, sobrecogido, estalló en una ovación larga, honda, verdadera. Fue el momento más delicado de la noche, y también el más valiente.

Carreras conmovio en “My Way” impregnada de nostalgia y gratitud. Nada había de ostentación en su canto. Solo una suerte de despedida implícita, un recuento de batallas, un “yo estuve aquí” dicho con la humildad de los grandes. Las frases finales, casi habladas, sonaron como legado: “I did it my way”… y nadie osó interrumpirlo. Fue un instante suspendido, como si el tiempo se replegara en torno a esa voz que alguna vez llenó los más grandes teatros del mundo, y que ahora nos hablaba desde un lugar más íntimo, más cercano.

Ambos artistas están ya más allá del deber de demostrar. No tienen que convencer, ni competir, ni conquistar. Cantan porque la vida los atraviesa. Cantan porque saben que la música, cuando nace del alma, aún puede sanar. Y ese saber se traduce en una conexión única con el público, que les devuelve amor con amor, gratitud con gratitud.

El concierto en Montevideo fue una celebración de la existencia del arte que resiste y transforma. Carreras y Arteta no vinieron a ofrecer una gala más. Vinieron a dejar una marca, una luz, una memoria que en quienes estuvimos allí, no se apagará jamás.

Fue una noche en la que la voz —más allá de sus límites físicos— se convirtió en un instrumento del alma. Una noche donde la música no solo se escuchó: se habitó.

Fuente: bybattaglia.com

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